sábado, 24 de enero de 2009

UBALDO Y SUS SUEÑOS

Es el mes de noviembre, en la ciudad de Tlaxcala el otoño está cerrando inusualmente frío. A temprana hora las calles se van quedando vacías, pues las gentes se apresuran a llegar a sus casas para encontrar el calor que sus cuerpos reclaman. Las mesas de los cafés de los portales también se van quedando solas y ante la falta de parroquianos los meseros se acurrucan cerca de las cafeteras, en espera de algún cliente retardado para cenar.

En un costado del jardín, la guardia del Palacio de Gobierno, envuelta en gruesos abrigos, se mueve constantemente para no entumecerse. La colonial ciudad está tranquila y en silencio.

En comparación con las grandes ciudades, en esta no se aprecia tanto la indigencia; la población es pequeña y las fuentes de trabajo suficientes, no obstante, algunos niños aventureros o descarriados transitan por las calles, buscando lugares protegidos del viento para pasar la noche envueltos en sucios harapos o periódicos; las más de las veces son niños de origen indígena procedentes de Puebla, Oaxaca o del mismo estado de Tlaxcala.

Uno de estos pequeños personajes, proveniente de la Sierra de Puebla, de nombre Ubaldo Tehuatzi, de escasos diez años de edad, trata de dormir acurrucado en el quicio de la puerta de la Parroquia de San José. Aunque el lugar está muy poco protegido, el niño piensa que por ser un templo podrá encontrar un poco de calor. El estómago le reclama algo de alimento; el niño no ha probado alimento desde el medio día, en que por suerte encontró unas tortillas dejadas por algún trabajador que comió en una banca del jardín.

Ubaldo tiene familia, pero le gusta la aventura y decidió que Tlaxcala era lo bastante lejos de su casa para conocer el amplio mundo. Había llegado unos días antes y no había tenido tiempo de arrepentirse. Aunque su lengua materna era un dialecto derivado del nahuatl, Ubaldo había aprendido un poco de “castilla” en los pocos años que había asistido a clases que un maestro bilingüe impartía en la escuela primaria de su comunidad, de tal forma que no le fue difícil darse a entender al llegar a la ciudad. El camino lo había realizado una parte a pie, a través de veredas y caminos de terracería y otra viajando de “aventón” a bordo de algún camión de carga que se dirigía a Puebla. La llegada a la gran ciudad le asustó: muchos autos, gentes presurosas, casas y edificios, policías en las calles. Estaba abrumado, por lo que, preguntando se enteró de que estaba cerca de Tlaxcala, una ciudad más alejada de su terruño. Utilizando los mismos medios, llegó a este lugar, donde ahora trata de conciliar el sueño. Mañana ya Dios dirá.

El cansancio y el hambre finalmente vencen al frío y el niño se queda dormido, un perro tan friolento como el niño se acerca y lo olfatea, después de varias vueltas se echa junto al pequeño, como en busca de un poco de calor, sin darse cuenta que también el le está abrigando al niño. Ubaldo sueña: Ya es mayor, ha ido a la escuela y aprendió bien “la castilla”, tiene unos pantalones nuevos y usa zapatos, los huaraches los ha dejado para siempre. Ha comido bien y ve a sus hermanos y a su madre, también ellos llevan vestidos nuevos. Su padre está en el trabajo, pero ya no detrás de la yunta, sino que trabaja en una fábrica y su casa no es un jacal, es una casita construida de tabiques. Ellos son dueños de ese pequeño terreno en que está fincada. El frío le cala los huesos y le hace tiritar; inconsciente se acerca más al perro, por el puro instinto de buscar el calor.

Por la mañana es despertado por el sacristán al abrir la puerta del Templo. El perro se aleja medio entumido y el chiquillo se introduce a la nave vacía, buscando un rincón obscuro y tibio donde poder dormir otro poco. Antes de que pueda conciliar el sueño empiezan a entrar algunos fieles. Poco después el Sacerdote da comienzo a la primera Misa del día, después de algunas palabras el niño escucha al Padre: “Concédenos, Señor, tu ayuda para entregarnos fielmente a tu servicio, porque solo en el cumplimiento de tu voluntad podremos encontrar la felicidad verdadera……”. Las palabras penetran en la mente desconcertada del niño y lo dejan pensativo. Después, el hombre que abrió la puerta se acerca a un libro y comienza a leer ante unos pocos fieles adormilados, pero el niño, olvidándose de su hambre y frío está atento a lo que vayan a decir: “Ya viene el Día del Señor, ardiente como un horno, y todos los soberbios y malvados serán como la paja. El día que viene los consumirá, dice el Señor de los ejércitos, hasta no dejarles ni raíz ni rama. Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos”….El niño está fascinado, ha olvidado el hambre y un calor interior le invade. Escucha embelesado el canto y casi se atreve a unirse a las voces de los escasos feligreses, mentalmente lo hace.

El hombre de la puerta sigue leyendo de aquel libro extraño: “Hermanos, ya saben como deben vivir para imitar mi ejemplo, puesto que, cuando estuve entre ustedes, supe ganarme la vida y no dependí de nadie para comer……. Así, cuando estaba entre ustedes, les decía una y otra vez “El que no quiera trabajar, que no coma”. Y ahora vengo a saber que algunos de ustedes viven como holgazanes, sin hacer nada, ….. Les suplicamos a esos tales y les ordenamos, de parte del Señor Jesús, que se pongan a trabajar en paz para ganarse con sus propias manos la comida”…… El niño, sentado en un rincón, con las manitas unidas en una fuerte concentración pensaba en las palabras escuchadas. El Señor Dios le había hablado, tenía que trabajar para ganarse la comida y aquellos sueños hermosos que había tenido los haría realidad. Escuchó que cantaban nuevamente: ¡Aleluya,… Aleluya!…… Con esa misma alegría salió del Templo.

El sol ya calentaba y la mañana estaba radiante. Sin más pensarlo se dirigió al mercado a buscar algún trabajo para ganarse la vida. Ya de adulto recordaría siempre cuando Dios le habló y el sentido que le había dado a su vida. La bella ciudad colonial, desde entonces, ha sido su hogar y sí, se han ido realizando sus sueños. Sus padres y hermanos se vinieron a vivir a Tlaxcala y su padre trabaja ahora en una moderna fábrica.

Sergio Amaya S.
Junio de 1999
Acapulco, Gro.

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